
Es en la playa, entre dunas perfumadas por la brisa, donde ciertas infancias tienen un primer acercamiento con lo que significa crecer donde al correr son canchas bajo el abrigo del sol se obtienen heridas, ya sean rasquños, rozaduras o arañazos. En donde al tropezar y «rasparse» las rodillas, incluso después de una advertencia materna/paterna, no queda más que levantarse y seguir explorando ese lugar en donde el cielo y la mar se tocan, entre sonrisas y lamentos, cobijado por la curiosidad que caracteriza la niñez.
A lo largo de la costa entre la bruma, las olas y la salpicadura del mar, es seguro encontrar enterrados en la arena caparazones, caracolas, moluscos y corazas. A la par de estos elementos es posible vislumbrar ocasionalmente un vestigio de la niñez, ya sea en la forma de un pequeño castillo que surge de la playa, de un flotador inflable que personifica desenfadadamente a algún animal o de un juguete que yace olvidado en la ribera.
Es bajo esta premisa, que la artista bajacaliforniana Paola Anza origina una serie de ejercicios pictóricos de índole autorreferencial y metafórica, donde se busca tanto encapsular como rememorar la infancia a partir del collage; donde la añoranza y la nostalgia por el ayer se cristaliza en imágenes rescatadas directamente de la mexicanidad y de la memoria de la artífice, configurando con su obra un baúl de recuerdos que deberá transitarse con ayuda del «niño interior» que habita en la sensibilidad de cada uno de nosotros.
Javier Soria
Curador
